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El ser y el estar de la paternidad

Lucía Sánchez Sánchez, nuestra retratada de hoy, es hija de unos queridos amigos, aunque Luci, su madre, nos dejaba en mayo del 2010 cuando su hija apenas contaba diecisiete años de edad. Claro, como éramos amigos muy cercanos de sus padres desde mucho antes que ella naciera, desde siempre la hemos considerado en casa como una hija más. Más tarde, la acompañamos en todo lo que pudimos durante sus estudios universitarios de Derecho en Murcia, hasta que, finalmente y tras efectuar un máster de Dirección de Marketing y Gestión Comercial, Lucía se trasladó a Madrid para trabajar en una conocida empresa internacional.

Viene al caso lo de contar nuestra relación con Luciíca (así la hemos llamado siempre) para poder contextualizar unas dudas que suelo plantearme sobre lo que representa la paternidad y, en general, las relaciones familiares: El parentesco más cercano, ¿nace o se hace? Quiero decir, ¿es posible querer a alguien como a un hijo, sin serlo? Es más, por el simple hecho de ser el progenitor, o el descendiente, ¿está garantizado el cariño mutuo? ¿Qué es, en definitiva, la paternidad? ¿Cuáles son los mimbres necesarios para querer a alguien como a un hijo, más allá de los lazos de sangre? Evidentemente, cuando de sentimientos se trata, no es posible acudir a norma o principio alguno que los justifique y, mucho menos, que los razone. Se da el caso de padres/hijos que se quieren, a pesar de que las relaciones entre ambos sean perfectamente mejorables, como también sucede al revés: no poder soportarse, sin causa aparente alguna.

Sí, el parentesco nace y es un factor bastante determinante, pero lo que no nace, sino que se construye y se hace durante toda la vida, son los sentimientos que presumiblemente lleva aparejados esa relación tan natural. Cuántas veces he sido testigo durante el tiempo que trabajé como policía de desavenencias y hasta violencias físicas entre familiares: Si no era por el dinero y las propiedades, era por la educación y por los ejemplos recibidos, por los propios caracteres enfrentados, por la merma física o psíquica de alguna de las partes… Ya lo decía Cervantes en El Quijote: «En todas casas cuecen habas; y en la mía, a calderadas». Luciíca (o sea, tú mismo que ahora me lees, o yo mismo que ahora te escribo), creo que no deberíamos nunca dejar de fortalecer y consolidar los vínculos emocionales y sentimentales que nos unen a determinadas personas; unos vínculos mucho más reales y tangibles que los de la sangre.

La paternidad, aunque en puridad no lo sea, en la realidad podría estar.

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2024-04-27T07:00:00.0000000Z

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