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Turquía: nueve meses de abandono y desesperación

Nueve meses después del terremoto que asoló el sureste de Turquía y que dejó más de 50.000 muertos, los supervivientes viven entre la angustia de haberlo perdido todo y la falta de esperanza en su futuro

ADRIÁN ROCHA CUTILLER epextremadura@elperiodico.com

A Mehmet le cuesta volver a su ciudad, Antioquía, a su antigua calle, a la calle donde ella estaba, el último lugar donde la vio, de donde sacaron al marido de su hija, donde se supone que todo terminó, según le contó el joven. Mehmet lo sabe pero no lo sabe; nadie se lo ha confirmado pero tras nueve meses, pocas dudas quedan: Mehmet, de 60 años, perdió a su hija, Meral, en el terremoto del pasado 6 de febrero en el sureste de Turquía. La perdió porque no está: Meral no ha sido declarada muerta porque los resultados del ADN del cadáver no fueron concluyentes. Meral, oficialmente, está desaparecida. «Cuando la perdimos, lo perdimos todo. Perdimos nuestra casa, nuestro trabajo. La perdimos a ella… Meral era adoptada, así que ya supimos desde el primer momento que identificar el ADN sería muy complicado», explica Mehmet mientras mira al suelo.

«Quisimos llevar el caso a juicio, pero lo he perdido todo. Por culpa del terremoto no tengo el dinero para pagármelo, no puedo conseguir que mi derecho de querer enterrar a mi hija sea respetado. He buscado respuestas por parte del Estado, pero nadie me ha dicho nada. El Estado nos abandonó desde el primer día. A todos. Nos han abandonado», dice Mehmet, mientras mira atrás. A sus espaldas, un descampado de rocas y ladrillos tirados en el suelo que antes, en otra época, era el edificio de nueve plantas donde vivía su hija. Hace nueve meses, este barrio estaba lleno de este tipo de viviendas. Ahora ya no queda

Desesperación nada: apenas un perro que vagabundea por los alrededores, camiones que retumban por la carretera de allá, al final de la calle, y polvo, mucho polvo. Estamos a finales de otoño, pero el calor y el sol aún se hacen notar en Antioquía, antigua ciudad milenaria, la segunda del mundo tras Jerusalén donde, hace 2.000 años, se empezó a predicar el cristianismo.

Antioquía, sin embargo, ya no está: el terremoto de este año en el sureste de Turquía y el noreste de Siria, que provocó la muerte de más de 50.000 personas, se la llevó por delante. Sus murallas, iglesias y sinagogas milenarias, sus mezquitas centenarias ya no son más que un vacío donde antes había memoria y siglos de historia. «La vida se nos ha vuelto increíblemente dura. Yo llevo con mi familia viviendo nueve meses en una tienda de campaña, y aún así tengo que venir al mercado cada día a trabajar; mientras mis hijos intentan estudiar e ir a la escuela», explica un vendedor de verduras en el centro de la ciudad.

Pero sobre todo hay polvo. Por todos lados, polvo. En el aire, en el suelo. La ciudad, a medio derruir, en proceso de derribo, vive sumergida en una nube de polvo gris anaranjado del que es imposible escapar. Todos le temen al aire. «Para poder superar un trauma, una persona necesita volver a la normalidad: volver a un contexto en el que haya una sensación de seguridad, un orden, un cierto confort -explica Nilgün Yeniocak, psicóloga-. Pero el Estado no ha sido capaz de dar un contexto favorable para esta recuperación». Yeniocak asegura que, en muchos casos, las personas se retraumatizan por las condiciones de vida, por ver, cada día la destrucción que ocurrió esa noche, por el miedo al aire. «Ahora

Entierros hablando ya me quema la garganta por culpa del polvo. Hay miedo de que en el aire haya mucho amianto por las demoliciones, y mucha gente tiene miedo de desarrollar cáncer », dice Yeniocak, que le es imposible no recordar los gritos bajo los escombros durante las primeras horas, el silencio después. «En esta ciudad la gente está atrapada en un presente lleno de incertidumbres, sin un futuro», lamenta.

La fecha de muerte en el cementerio de Narlica es la misma para todos: el 6 de febrero de 2023

Entre escombros

Entre maderas y lápidas

«¡Ahí abajo! Dale más para allá, detrás de esas rocas. ¡Mira, eso parecen unos audífonos!». El sol empieza a esconderse detrás de la nube de polvo mientras un grupo de hombres trabaja. «A ver si puedes bajar un poco más cerca del nivel del suelo». Son varios, y mientras unos miran y charlan, y el mayor da indicaciones, una excavadora intenta perforar lo que antes fue un edificio comercial. «Hoy por fin hemos llegado al sótano, y hemos sacado una moto y un par de coches destrozados. Eso es bueno para el metal, para venderlo, pero tampoco nos interesa demasiado», dice el jefe de los chatarreros, cuyo objetivo es otro. «¡Ahí! Por fin llegamos a la tienda de electrónica», grita el mayor, que se pone los guantes y manda a los charlatanes a bajar al agujero. Empieza el trabajo: portátiles destrozados, routers aún en buen estado, discos y videojuegos que, puede ser, hayan sobrevivido, auriculares, tarjetas de memoria, cables que no hayan perdido -del todo- el color, todo es susceptible de ser vendido. «Desde hace meses nos dedicamos a esto. No tenemos alternativa: nadie nos ha ayudado, y perdimos nuestros trabajos anteriores. Yo trabajaba en obras, pero la empresa cerró. Así que cogí algunos jóvenes y nos pusimos a buscar entre los escombros», dice el capataz.

Lejos del polvo y el retrueno de las excavadoras, a las afueras de la ciudad, decenas de personas pasean cabizbajas entre maderas y lápidas. El cementerio de Narlica es uno de muy pocos en todo el mundo donde la fecha de fallecimiento es la misma para todos: el 6 de febrero de 2023. En Narlica hay enterradas algo más de mil personas y, además de un cementerio, es una fosa común: muchas lápidas no tienen nombre ni apellidos; solo un número en una tabla de madera. Trabajadores abren y cierran tumbas, intentando sacar muestras de ADN con las que identificar a todos los muertos. El Gobierno turco ha prometido terminar con las tareas en cuanto se cumpla el primer aniversario del terremoto. Mehmet viene a menudo. Le cuesta además y le duele, dice, pero viene porque alguien le dijo ese día inolvidable que la tumba de su hija es la 854, así que él la cuida, intenta mimarla, mantenerla limpia de hierbajos, pero no saber le corroe.

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2023-12-12T08:00:00.0000000Z

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